viernes, 23 de mayo de 2008

Ida y Vuelta

La niebla desapareció, y pude observar como el camino se asomaba. Mis pies comenzaron a dibujar sobre el tiempo, la luz de aquella vela era testigo y cómplice, más no pude dejar de evadirla. Se arremolinaba ante mí como una odalisca enfurecida por causas desconocidas, eróticamente meneaba sus límites haciendo que yo y mi camino quedásemos inmersos en la claridad de un posible paseo funesto, entre hojas secas y un poco de sudor. Le dirigí la mirada, concentrado en el ir y venir de su figura. Alcancé a sentir el propio calor de su esencia, y pude constatar que por más pequeño que sea el objeto igual posee una energía única, irremplazable, una parte de Dios. Me estremecí en sus brazos, volviendo a prestar atención al camino. No se burlaba, tampoco hacía gestos. Sentí que mucho quería decirme, pero no sentí escuchar. Me levanté de la mesa y encendí un cigarrillo.

-¿Qué piensas de eso? –dije señalando la inmensidad.
-El ir es el venir si observas lo que has hecho y juzgas lo cometido. Al caer volverás a levantarte, porque eres parte de Todo lo que Es. Detrás de ti, ahí donde no te atreves a mirar todo se quiebra y vuelve al orden antes de que lo pienses siquiera.

Di vuelta la cabeza, y pude observar como el camino desaparecía. Mis manos terminaron de anudar sobre el destino, su rostro era causa y consecuencia de la ilusión en mi interior. El presente se expandía en direcciones insospechadas, abriendo frente a mí una red de señales sobre el paisaje, retratando mis más alocadas fantasías.

-Todo esto ES real, ni siquiera debes dudarlo. El que no ocurra donde debería por lo que acostumbras no es factor para rechazar su existencia.



Me convertí en silencio y en un número infinito de posibilidades en el lenguaje, explotando en imaginación y creatividad más allá de la materia. No podía dejar de sentirme esa luz resplandeciente en medio de la habitación. De pronto, de lo alto, uno por uno comenzaron a caer ladrillos, convirtiéndome en prisionero de una ilusión. Sólo me despertó la colilla humeando entre mis dedos. Estaba con los ojos pegados en aquella vela que desde el fondo se despedía, mientras yo volvía a mirar y el techo se asomaba frente a mi dignidad, devolviéndome el cuerpo que por unos momentos pude dejar estacionado entre las frazadas de mi cama, esperando el retorno.