martes, 11 de septiembre de 2007

El Sacrificio

Justo cuando creí que todo estaba perdido pude ver algo de luz. Se lo dije a Julieta anoche, aunque no era necesario tanto vodka para soltar todo eso. Tal vez el caño me liberó más de lo que se suponía, pero como dicen por ahí: la mente hace cosas inimaginables.

Los parlantes dejan escuchar Personal Jesus, las cifras marcan 02:00

Tarkovski debe de haber sido un gran tipo, sin conocerlo del todo. Hacer cine es para los grandes, para aquellos que son capaces de dominar sus emociones y a la vez poder transmitirlas en público, dejando de lado la vergüenza, el miedo al desnudo. Julieta volvió a decirme anoche que quiere posar para mí sin prendas encima, jugando con las sábanas, flotando sobre el colchón. Al comienzo creí que era broma, tal como la vez anterior, pero su mirada dura me dijo lo contrario. Eso es arte, pensé. Y eso es lo que Tarkovski debió de hacer. No, mentira: todos. Los artistas se desnudan frente a lo infinito, al todo, con sus manos logran traspasar el cuarto que separa la imaginación de la realización, con los ojos aceptan la realidad y sus cuerpos la moldean, y son esos movimientos los que terminan dando forma al mensaje total. Todos alguna vez en la vida seremos artistas. Muy pocos lo son por siempre.
El sacrificio es inevitable, dicen. Alguna vez en la vida hay que sangrar. Las sonrisas no son gratis, tampoco esas estrellas que se esconden sobre los techos cuando alumbra el sol. Hay que arrastrarse para aprender a caminar, nos criamos de mano con la tierra y dejamos de hacerlo cuando nos damos cuenta que de la otra manera es más cómodo, o tan sólo porque nos enseñaron que esa debe de ser la correcta. Tiene que doler para que brote, sin tristeza no existe el ímpetu por soltar. La solidaridad abarca mucho más allá de un papel o un metal, es una colaboración con el espacio que te rodea, y también una mano contigo mismo, ese que habla por las noches cuando vas a dormir. Sacrificio, acción. El resultado provoca la muerte, la muerte da paso a la vida, a lo nuevo, a lo puro. Perdurar, colaborar, sangrar, sonreír y caminar. El sacrificio es inevitable, lo sé.




Una mirada y todo cambia. Mis manos comienzan a temblar, ignoro qué pasa, no sé donde estoy. No pertenezco acá, me siento ajeno entre tanta palabra, rodeado de tanto pensamiento, tanta semilla que plantar, tanto que cosechar… Tarkovski lo supo hacer. Destruyó el mundo y volvió a armarlo en menos de tres horas. Mientras la cinta daba vueltas dentro del video, yo y mi mente volábamos a un gran plano general. Sobre el sofá Julieta, mirando el techo detenidamente, como si fuese a desaparecer y no quisiera perder detalle del acontecimiento. Yo a unos metros, sentado en una de esas sillas medias antiguas que su madre tiene la gracia de coleccionar. Posición desafiante, vas a intentar crear algo.

-Quítate la blusa.

Continúa esa mirada fija sobre sus manos. Ella intenta sonreír, pero la presión en aquel botón le juega en contra. Una mirada y todo cambia. Mis manos comienzan a temblar, tomo la cámara y juego un poco con el lente. La Julieta no es tonta, sabe que estoy haciendo tiempo. Acción.

-El pantalón, por favor.

Tus ojos bailan al son de sus dedos. Sus piernas desnudas iluminan la escena. En el aire dibujas las líneas que se desprenden de sus curvas. Estás paralizado, no lo puedes creer.

-Lo que falta.

Un click tras otro, primer plano, enfoque, otro click, sonríe, recorre, siente como sus manos se transforman en las suyas, click, acércate, un poco más, un poquitito, grita, un click, un corte, una herida, otro click, eso, así es, así me gusta, me encanta, date vuelta, desde arriba, otro click más, aumenta la velocidad, aléjate, no, no, así no. Corta el plano, achícate un poco, encoge los hombros. Mira como si nada hubiese pasado, siente como si nunca hubieses sentido. Grita como si fuera la primera palabra que hayas dicho. Respira, cierra los ojos. Click.


No hay vergüenza, eso me dijo la Julieta al desayuno. Lo que pasa es que el miedo a ser es más grande que el miedo al creer ser. Si eres no hay miedo a ser, solo miedo a dejar de serlo.
Sus labios fueron un buen sabor al despertar. No creí que fuese a poder dormir, mi mente allá y yo acá, al lado de su ombligo intentando escapar. Nunca quise ser rehén, menos de mis propias manos. El peligro inminente de un final inesperado a la vuelta de un espacio, o de otra palabra que pudiese cambiar todo. Y lo digo en serio: sus labios fueron un buen sabor al despertar, aunque el peligro inminente de un final inesperado me hizo creer que no ocurriría, que el amanecer en su ombligo seguiría siendo una más de esas fantasías archivadas bajo mi cama, atrapadas en tanto polvo que he rehusado limpiar. Pero no, no es una fantasía. Aquí estoy, ahí estuve, y los créditos no están, Tarkovski lo supo hacer. Destruyó el mundo y volvió a armarlo en menos de tres horas. La Julieta mira el techo, cree que va a desaparecer. Yo y mi cámara jugamos a ser grandes pero me canso, ya no quiero jugar, mis manos tiemblan. El sacrificio es muy grande, cada palabra duele más que la anterior. Creo que me rendiré, mis dedos no dan más. No creo que pueda soportarlo. Sigue, no le importa, mirada fija sobre mi rostro. No existe la vergüenza, eso me dijo la Julieta anoche, aunque no era necesario tanto vodka para soltar todo eso. Toma la lámpara que está sobre el velador e ilumina mi cara asqueada en tanta oración sobre el papel. Justo cuando creí que todo estaba perdido pude ver algo de luz. El sacrificio nunca fue tan evidente, el miedo nunca tan insignificante. Se burla en el rincón, la Julieta se levanta y su espalda se despide de mí, como yo de mi mismo al cerrar los ojos y observar como la pantalla se va a negro; sus labios y el roce, mi piel y su cuerpo frente a la cámara.